miércoles, 3 de febrero de 2010

Violencia

Impactado ante los recientes hechos de violencia en ciudad Juárez y Torreón, pedí a mi amigo Gerardo Martínez nos explique un poco sobre este hecho a la luz de -como lo dijera Einstein- lo más precioso que tenemos: la ciencia. Él tuvo la gentileza de enviarme un texto suyo que ya había sido publicado con anterioridad, pero que ahora lo presentamos aquí. Gracias a Gerardo por su fascinante artículo. 



LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Anatomía de la agresión

Algo que me sorprende mucho de los noticieros es la cantidad de tiempo y espacio que dedican a la llamada nota roja; en mi opinión esto puede ser porque o estamos morbosamente interesados en ese tipo de información o bien es porque se suscitan muchos hechos de sangre. 

Si somos una sociedad violenta entonces cabe hacer la pregunta sobre cuál es su origen; de entrada debo de decir que no existe una única respuesta a este problema, por lo cual nos vamos a concentrar en una sola respuesta: el de la psicobiología. 

En 1972 un equipo internacional de psicólogos inició uno de los más grandes estudios longitudinales (es decir que se realizan a lo largo de muchos años) jamás realizados; a este estudio se le conoce como el “estudio multidisciplinario Dunedin sobre salud y desarrollo” el cual ha realizado el seguimiento de mil personas nacidas en Nueva Zelanda, en la ciudad de Dunedin, a lo largo de 34 años.
Terrie E. Moffitt del Colegio Real de Londres, es uno de los investigadores que ha estado al cargo de este estudio examinando, entre otras cosas, la conducta antisocial ligada a la violencia física; él ha dividido a estos sujetos dentro de dos categorías: aquellos que están entre los 13 y los 15 años y cuyos actos delincuentes paran casi inmediatamente y aquellos cuyos actos violentos se pueden rastrear desde la infancia y que continúan hasta la edad adulta. 

Una de las primeras cosas que llama la atención de este segundo grupo es que la gran mayoría de ellos son hombres; de aquí se ha propuesto que uno de los mayores factores de riesgo es ser hombre; por ejemplo, según datos del FBI, el 90.1 % de los arrestados por asesinatos violentos son hombres y sus acciones dan cuenta del 82.1 % del total de arrestos ligados a crímenes violentos. 

Esto no quiere decir que las mujeres no sean violentas, sino que la forma en que la expresan es de manera encubierta, indirecta; en parte esto se debe que hacer agresiones indirectas requiere de más inteligencia social, cosa que las mujeres aprenden mejor y más rápido que los hombres. 

En cambio los hombres tienen deficiencias en el aprendizaje de reglas sociales, poca capacidad de empatía e impulsividad. Pero lo peor del caso es que ni siquiera saben porque hacen lo que hacen; Ernest S. Barratt de la Universidad de Texas, entrevistó a prisioneros en 1999 y les preguntó por qué hacían una y otra vez actos criminales; y la mayoría respondió que no lo sabía y además creían que no eran capaces de controlar sus impulsos por lo que aseguraban que iban a volver a delinquir. 

La investigación realizada por el lado de las neurociencias ha señalado que la conducta violenta puede tener su origen en ciertas regiones cerebrales que están ligadas al control de las emociones; específicamente se propone a la corteza prefrontal ya que esta área tiene que ver con la toma de decisiones y la inhibición; la idea central es que existen áreas cerebrales en donde nace la agresión y el miedo (específicamente se habla de la amígdala y el hipotálamo, dos estructuras que conforman el sistema límbico) y que cualquier defecto en la capacidad de inhibición de la corteza prefrontal sobre estos impulsos va a causar una inmoderada reacción emocional y por ello la conducta violenta. 

La evidencia que apoya esta hipótesis proviene de diversos estudios; Jordan Grafman, del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos, ha descubierto que en los veteranos de la guerra de Vietnam que tienen lesiones en los frontales tienden a ser más agresivos, desinhibidos, impulsivos y con conductas inapropiadas; Antonio R. Damasio, del Colegio de Medicina de Iowa, en los Estados Unidos, documentó el caso de un niño al que se le removió un tumor del frontal derecho cuando tenía 3 meses de edad y que a los 9 años era retraído, aislado, sin motivación para la escuela y agresivo, a pesar de que vivía en un hogar con padres cariñosos. 

El mismo Damasio describe otro caso en que un niño de 15 meses sufrió daño en los frontales por un accidente de carro; conforme pasó el tiempo se volvió todo un problema dado que peleaba a todo el mundo (incluyendo a los padres y los maestros), no seguía reglas y robaba; al igual que el anterior caso, el problema no podía provenir de la familia, ya que tenía varios hermanos y todos ellos eran normales. 

Evidencia adicional proviene de los estudios realizados por Adrian Raine de la Universidad del Sur de California, que estudio a convictos usando la tomografía por emisión de positrones para medir los niveles de actividad metabólica de los asesinos en las regiones frontales; lo que encontró es que solo existen diferencias entre aquellos asesinos que realizaron su acto criminal por impulso, no en aquellos que los planearon y lo realizaron a sangre fría. 

El mismo Raine estudio con otra técnica de visualización del cerebro a estos asesinos que habían planeado su crimen; lo que encontró es que el volumen de materia gris del área prefrontal era 22.3 % menor comparado con sujetos normales. 

Otras investigaciones han descubierto asimetrías en el funcionamiento del cerebro y se especula que ello causa una inhabilidad del hipocampo y de la amígdala para trabajar juntos y por ello la información emocional no es procesada correctamente. 

Otras líneas de investigación se centran no en áreas cerebrales, sino en las sustancias químicas con las que trabaja el cerebro; hay dos candidatos principales: la serotonina (la cual normalmente tiene funciones inhibidoras y de reducción del miedo) y la testosterona (específicamente en los hombres). 

En apoyo a esta última hipótesis James Dabbs, de la Universidad del Estado de Georgia, ha conducido varios estudios en los que demuestra que la conducta violenta está ligada a altos niveles de testosterona, proviniendo esta diferencia ya sea por factores genéticos o ambientales (personas que fueron abusadas en su infancia tienen siempre menos serotonina). 

Todos estos datos nos dan una idea de cuáles pueden ser las raíces biológicas de la violencia, pero debemos de recordar que este es un fenómeno multifactorial en el que influyen el abuso en la infancia, cuidados parentales inadecuados, el que haya padres criminales y la pobreza. 

Quedan muchas preguntas todavía sin contestar como por ejemplo, ¿Por qué no todos los que han sufrido una infancia terrible terminan siendo criminales? Y ¿Cuál es nivel de responsabilidad que tienen los criminales?; pero sobre todo ¿se pueden identificar a los potenciales criminales y se puede intervenir antes de que sean ya unos malhechores?; en esto se centraran las futuras investigaciones.

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