martes, 8 de diciembre de 2009

Redes Sociales




Los filósofos llaman “solipsimo” (raíz latina significando “sólo uno mismo”) a un enigma insalvable de su disciplina. El enigma en cuestión, es el siguiente: no hay forma de demostrar que todo cuanto nos rodea no es sino producto de nuestra imaginación, o más precisamente, es producto de las mentiras divulgadas por nuestros sentidos. Claro, no es probable que sea así, pero el punto es que no se puede demostrar su verdad o falsedad de la misma manera en que en matemáticas se demuestra que sumar tres a dos da cinco. Fueron reflexiones como estas las que llevaron al novelista francés Paul Sastre a escribir “La nausea”, una novela sobre la perplejidad de la conciencia. 

La idea tal vez no sea tan extraña como parece en primer lugar. A veces pienso que es nuestro incansable apetito por las redes sociales una expresión del temor perenne, inconsciente y profundo de que algo de esto sea cierto: estar solos en un mundo sin más compañía que nuestros sentidos y sus mentiras. Guardadas en el reino del ciberespacio, zumbando en servidores probablemente a miles de kilómetros de su domicilio, pululan servicios como Facebook, Flickr, Hi5, MySpace, Twitter, por tan sólo mencionar a algunos. De entre ellos, los hay quienes ya están cambiando el mundo (en Twitter, el movimiento conocido como #internet necesario, tuvo una influencia indiscutible en la reforma fiscal de este año).

Claro, son tan extendidas hoy en día que es poco lo que se pueda contar al lector que éste no conozca. Más interesante, quizás, es que sus desarrolladores ya no encuentran espacio hacia donde migrar. Las redes sociales, dicen, son la culminación de la revolución de Internet, y cualquier cosa que tome su lugar será tan revolucionario como Internet mismo. ¿Qué pudiera ser tal cosa? De nuevo, nadie lo sabe. 

Al menos estas fueron las conclusiones sacadas la semana pasada en una discusión ofrecida en la Business School de la Universidad de Oxford, donde gurüs de la vida en línea intentaron romper el nudo gorgiano. Ningún Alejandro Magno del Valle del Silicio desenvainó su espada. 


“¿En qué parte de la hisotria de las redes sociales nos encontramos?” inquirió Thiel, uno de los inventores de Facebook, en una reflexión a todas vistas retórica cuando contesta: “Cerca del final. Ram Shriram, uno de los fundadores de Google, atajó que desde su punto de vista Facebook acabará tomando el lugar del correo electrónico. Personalmente, todavía lo dudo. 

El término Internet, de hecho, y quién lo inventó, como todas las cosas revolucionarias, no está exento de controversa. Los europeos afirman que fueron ellos quienes comenzaron a usar a su precursor como una forma de comunicación entre los investigadores. Darpa, en los Estados Unidos, celebró el pasado 5 de diciembre los 40 años desde su primera conexión de 4 nodos de computadoras para comunicarse entre sí. Desde ese punto de vista, Internet acaba de alcanzar la mediana edad…y ya posee un futuro incierto. 

Por mi parte, me sigue preocupando más el contenido a comunicar antes que el canal.


El Laboratorio de Medios del MIT está fundado bajo la filosofía de que la tecnología debe hacernos activos, no pasivos: “La idea de que cualquiera puede ser un inventor, o tener una historia qué contar; ceder a la gente la oportunidad de comenzar a pensar en la tecnología no sólo en términos de algo que consumen -como digamos la televisión-, sino más bien algo sobre lo cual construyen”, me dijo alguna vez Walter Bender, entonces director del media lab, sobre su optimista visión del papel de la nueva tecnología (Things to think, las llamaba). 

El enigma es similar al del mito griego de Eresictón. Su hija, la cual respondía al nombre de Metra, podía metamorfosearse en lo que ella deseara. Eresictón decidió entonces que no importaba cuántas veces vendiera a la resignada muchacha al mejor postor, esta siempre podría escapar cambiando su apariencia y regresar junto a su padre… para ser vendida otra vez. Sus motivos podrán parecernos frívolos y egoístas, pero en realidad representaban una ventaja en absoluto menor. Él fue alguna vez rey de Tesalía, y había caído en la desastre por culpa de la diosa Deméter, la cual lo maldijo con uno de aquellos castigos irónicos en los cuales los dioses griegos hallaran tanta complacencia, a saber, estaba condenado a padecer de un hambre crónica sin importar cuánto comiera (a decir verdad, mientras más comiera, tanto mayor sería su apetito). Así perdió su reino y el de su padre –quien se arruinara en la vana tarea de alimentar a su hijo-. Pronto, ni siquiera las interminables ventas de su hija bastaron para mantener su inconmensurable glotonería. Sus problemas finalizaron cuando Eresictón terminó devorándose a sí mismo. Algo inevitable, se podría decir.


Es la historia de cualquier tipo de apetito insaciable. La uso aquí para apuntar nuestro a veces aparentemente absurdo afán por “comunicarnos” con los demás, siempre y cuando nos aseguremos de estar separados de ellos.

José Langarica

2 comentarios:

  1. ¿también aplica para el correo electrónico? ;)

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  2. Hay cosas por ver aún, y por ratos considero un poquito bizantino debatir sobre qué exactamente se nos depara como a estos señores les encanta hacer. Pero existe cierto rasgo de inevitabilidad en el tema: Esto no parará a menos que suceda algo que nos regrese a la edad de piedra de golpe (dicho en ambos sentidos), aunque espero francamente que no sea así.

    Más importante. Al igual que tú, Joseph, creo que no importa tanto el canal como la información transmitida. Sobre todo porque yo creo que las redes sociales permiten que la gente trabaje más sobre su avatar, perfeccionándolo y convirtiéndolo en lo que quisieran ser y no lo que son (pocas cosas tan subjetivas que lo que uno opina de sí mismo).

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